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Empapelé la ciudad con historias




Me decidí, después de varios años y sobresaltos con el síndrome del impostor, a publicar lo que escribo. Hace tiempo que lo hago en internet, disimuladamente y sin mucho bombo o platillo que anuncie que un nuevo texto está terminado.

En cambio, esta vez los publiqué físicamente. No, no hablo de una editorial ni mucho menos. Están más cerca de lo que puedes imaginarte, y gratis; por supuesto, como cualquier artista que reniega del sistema financiero haría.

Coordiné una mañana de domingo con mi amiga, para que me acompañe en la logística de pegar papeles por la ciudad con uno de mis cuentos. Después de googlear la legalidad de nuestro accionar, nos embarcamos —o mejor dicho, nos subimos al colectivo 121 tras veinte minutos de retraso— en busca de paradas, postes y columnas despejadas.